En unas de las tantas charlas que mantuvimos con Laura nos entrega este material que guardamos por mucho tiempo, hoy creemos que es momento de compartirlo con ustedes, nuestros lectores.
Este trabajo fue realizado por María Jesús Risso Martínez en marzo del 2007 en el marco del Día Internacional de la Mujer por @mujer y Ediciones Santillana para el Concurso “Historias de Mujeres con Hormonas”.
“Laura… como ya le he dicho en anteriores oportunidades, fue para mí un honor y una verdadera lección escuchar una pequeña, pero valiosísima parte de su experiencia. Empecé este emprendimiento como aporte de un concurso literario y terminó siendo para mi luego de conocerla y de escucharla, un reto, el reto de poder contar su vida como usted me la contó aquella tarde, el reto de resumir en diez páginas todas esas experiencias, el reto de emocionar a quien lo lea como usted hizo que me emocionara cuando lo relató el día que nos conocimos. Espero haber logrado aunque sea parte de mis expectativas, porque estoy segurísima de que más allá de que pueda surgir un premio o no a raíz del concurso, para mí el premio es el orgullo de ser tan solo un instrumento para que más gente sepa de su existencia.
Vuelvo a decirle que tiene uno de los testimonios más únicos, originales y llenos de magia que he tenido la oportunidad de escuchar, solo me queda agradecerle una vez más por haber compartido tan solo ese resumen de lo que fue y sigue siendo su increíble historia de vida…
…Es en verdad una gran mujer, “una mujer con hormonas”.
María Jesús Risso Martínez (2007)”
Historia de Laura Salati de Fagioli
“La joven del dos piezas rojo y la caja de chocolate suizos”
Debemos darnos cuenta de cuánto vale la pena mirar y valorar gracias a quienes somos como somos. Nuestra ascendencia se la debemos en parte -realmente mucho más grande de la que se cree- a mujeres. Mujeres que lucharon por la supervivencia suya pero principalmente la de sus familias, que sobrevivieron en culturas que las vulneraban o que eran simplemente opresoras. En sus historias, encontraremos un universo nuevo, testamentos de la historia mundial que nos regalan otra perspectiva de esta, chocaremos con episodios dignos de novelas de aventura, con personajes que asombran por el carácter intenso y decidido de su personalidad, y que inspiran muchas versiones biográficas, dificultando separar de sus vidas la ficción de la realidad. Mujeres, han dejado historiadores perplejos con su conducta intrépida, con posesión de destrezas pensadas solo dignas de hombres. Han enfrentados rivales, obstáculos y persecuciones que simplemente terminaron siendo parte de anécdotas mil veces contadas.
Las mujeres hemos asombrado a medio mundo en más ocasiones de las que se creen, hemos cruzado los océanos, alcanzado honores militares y matado en duelo a quienes han puesto en riesgo nuestras familias. La idiosincrasia femenina ha sido autora y dueña de únicos testimonios –muchas veces conociendo las experiencias desde el protagonismo- de conquistas, guerras, masacres, batallas y leyendas.
Esta es tan solo una parte de la pasada y contemporánea existencia de Laura, mujer que ha sabido vivir en los siglos XX y XXI…
La adrenalina de Laura y el miedo a los caballos blancos…
Las mujeres, como las hormonas -muchas veces especializadas-, se mueven solas e incluso en grupos -asociadas-. Interviene en la comunicación -mensajeras-. Y se emplean como medicamentos en ciertos trastornos aunque no únicamente cuando es necesario compensar su falta o aumentar sus niveles si son menores de lo normal. Un grupo de científicos acuñaba el término “hormonas” en 1905, siendo la primera en descubrir la adrenalina. Exactamente la misma adrenalina que le recorrería el cuerpo a Laura, cuando con tan solo una quincena de años, abrió la puerta de su casa en Scurano (Parma, Italia) a las cuatro de la mañana y un grupo de cinco nazis uniformados, montados en caballos blancos, le presionaron el fusil contra el pecho.
Laura Salati Colari de Fagioli nació pobre el 17 de abril de 1926, hija de Rosalinda Calori y Archimede Salati, fue la mayor de cinco hermanos; Lino, María Teresa, Vittoria y Luis. Su familia vivía en plena zona guerrillera, lo que para ellos era peor que los violentos bombardeos nocturnos punzando las tierras de esa región.
En Scurano zona ganadera de Parma -origen del auténtico queso parmesano-, existían graneros donde se escondían a la noche los guerrilleros enemigos eternos y perseguidos a muerte de los nazis, cuando la segunda guerra mundial exigía protagonismo en Italia.
Esa noche temprano sabanas teñidas de negro colgaban de las puertas y ventanas, sumiendo a la casa en una densa oscuridad, haciéndola invisible a los aviones bombarderos. En el momento que los alemanes aparecieron para tomar todo el pueblo, el chico de dieciocho años que montaba guardia perdió la vida valientemente al enfrentarles. La casa más próxima al tiroteo era la de Laura. Su padre y su hermano al sentir los disparos ya sabían que hacer. Próximos a sus camas estaban los bolsos conteniendo toda sus ropas o cualquier indicio que probara alguna presencia masculina en la casa. Luego que Archimede y Lino estuvieron prontos, corrieron lo más rápido que pudieron hacia el granero donde un refugio construido por ellos mismos les proporcionaría resguardo hasta que los alemanes -convencidos de la ausencia de guerrilleros u hombres-, se fueran de la finca. El refugio se localizaba debajo del gallinero, tenía ventilación, así como paja para dormir más cómodos, frazadas y agua. A pesar de todo, lo caótica de la situación les hacía difícil respirar, la angustia y el miedo les oprimía el pecho, sabían que si los descubrían, por más que no fueran guerrilleros, igualmente los llevarían para usar su trabajo en favor a su causa. A diferencia de lo que sucedía con las mujeres y los niños.
Quizás por esa razón o simplemente por valentía, es que Laura no sintió miedo cuando un nazi presionándole el fusil más que nunca contra su pecho, le pregunto a gritos en un improvisado italiano, donde estaban los hombres, gesticulando exageradamente, sostenía -en la mano con la que no cargaba el fusil- un par de suecos de madera de un talle demasiado grande para ser de mujer. Los mismos suecos mojados que Lino olvidó debajo de su cama, no hicieron más que provocar la furia de los invasores. Tomaron a su madre queriéndola llevar fuera para revisar el galpón, donde entre otras cosas estaba el escondite por debajo del gallinero. Laura gritando repetía incansable que el calzado era de un hermano suyo que había escapado de casa, -los hermanos pequeños comenzaban a llorar asustados viendo como alejaban a Rosalinda-, pero los militares no la escucharon hasta el momento en que se ofreció para tomar el lugar de su madre, a cambio de que la dejaran con los niños. Antes de ir al granero decidieron inspeccionar el sótano donde la familia guardaba el trigo, la papa y el vino, hecho por ellos en la finca. Golpeando barriles y observando detalladamente todo el lugar a medida que el haz de la lámpara invadía los rincones oscuros, se iban dando cuenta de que no había nadie allí. Todo parecía estar como debía estar, hasta que de repente el corazón de Laura -que para ese entonces era una adolescente realmente bella-, comenzó a latir más rápido que de costumbre. El alemán que sostenía la lámpara le alumbró su rostro. La elogió. Y le pronosticó que tendrían relaciones. Ella, aparentando una diplomática tranquilidad suavemente agarró su mano y lo guió a través de la oscuridad para encontrar una habitación que tuviera ventanas, allí entre el trigo pasaría aquello que nunca más olvidaría y que reforzaría la creencia en Dios tan plena de fe que esta mujer aún posee.
Cuando los demás alemanes que seguían buscando comenzaron a entrar en la habitación, ella aprovechó la distracción y corrió logrando escaparse al primer piso de la casa. Estaría al fin a salvo y una vez más en su vida, el valor y la decisión la salvarían de lo peor.
Los alemanes se quedaron cinco días en la casa. Durante ese lapso, la familia tuvo que convivir con la tensión de cocinarles, compartir la mesa, y ver como arrasaban con todo. El esfuerzo realizado parecía desvanecerse frente a sus ojos, al tiempo que la frustración se abría paso en sus almas y la angustia por como estarían Archimede y Lino, no hacía más que oprimir sus corazones. La guardia montada frente al gallinero impedía que ellas les alcanzaran comida a los refugiados. Más de una vez pareció que lo habían descubierto todo.
Al segundo día de la ocupación, Laura y la dueña del gallinero escondieron botellas de leche tibia entre sus ropas y se dirigieron al gallinero decididas a no dejar morir de hambre a los hombres escondidos, entraron, dejaron caer las botellas, acomodaron la suciedad de las gallinas y salieron tal como ingresaron pero con una canasta de huevos, logrando engañar al ejército alemán.
Un viejo molino de agua en el paraíso…
Laura nunca tuvo miedo a los vivos, pero los muertos y la oscuridad eran parte de sus pesadillas. El día que los nazis abandonaron su casa sin haber encontrado nada, su madre la mandó a lo de sus abuelos para llevar tabaco y ayudarles con los quehaceres. La casa y el molino de agua donde vivían, es hasta ahora lo más parecido a un paraíso que Laura ha tenido la posibilidad de ver. Rodeados por árboles frutales, un gigantesco canal de agua transparente que dejaba ver los peces y que sobre las rocas empujaba a los cangrejos hacia la orilla, los bosques que rodeaban el lugar y lo enmarcaban todo. El ruido que el agua producía al rebotar en cada aspa del antiguo molino, sumado a los cantos de las aves, proporcionaba a quien se encontrara allí un paisaje surreal, avasallador. Tanto así, que cuando llegaba la noche, los sonidos que de día contribuían al paisaje espléndido, de noche se transformaban en ruidos atemorizadores, amenazantes de lo que se esconde en el bosque, tras la oscuridad, o en el gran lago.
Las lechuzas parecían echar a la niña quien en cuanto las sentía, se marchaba a su casa prometiendo a su abuela acabar con las tareas a su regreso, ya al amanecer.
El lujo importante de la sal…
A Laura por ser la mayor de sus hermanos siempre le tocó hacerse cargo de la familia, ejercía la labor de ama de casa que su madre por verse en la necesidad de trabajar, no podía ejercer. Su madre fue ama de leche al parir a su hermana, quien al final resultó siendo criada por la adolescente. No había lavarropa, calefón, ni ninguna de las comodidades que la tecnología y los avances de hoy nos ofrecen. La casa se autoabastecía por lo que se debía hacer todo; desde la pasta, ordeñar leche, cosechar legumbres, etc. A los 12 años ya se empleaba con una señora siendo la encargada de lavar los platos con el auxilio de un banco de madera que la ponía a la altura requerida para hacer la tarea. Difícilmente se le pagara lo adecuado, pero a las circunstancias siempre eso era mejor que nada. La sal era un lujo importante, se intercambiaba por harina con un trueque a 50 kilómetros de donde Laura vivía. Para arreglarse una muela, se debían atravesar bosques tupidos y plagados de aguerridos guerrilleros. La vida de Laura sin duda fue muy sacrificada, a pesar de todo ella nunca se achicó, ni dejó vencer al miedo o a la desesperanza.
Uno de sus primeros trabajos tuvo lugar en la casa de una mujer a su entender bastante desequilibrada, que mostraba ser dueña de una conducta compulsiva de cerrar cuando cajón, lacena o puerta se le cruzara en su camino, y que hacía de la alimentación de Laura una misión de supervivencia difícil. Una quincena más tarde se encontraría trabajando en la residencia de un adinerado abogado, donde la abundancia era característica, pero también donde los pequeños niños hacían ardua su labor, y posteriormente a los dos años Laura se emplearía nuevamente trabajando para el dueño de los barcos Costa de Génova. Fue con el tiempo, que sus ganas juveniles de vivir un poco más libre su vida, le ganarían a la censura de los maduros compañeros de trabajo, y decidiría viajar a Suiza, donde sus tíos trabajaban en un hotel y así seguir ayudando en las finanzas de su casa. Fue la primera vez que viajó sola distanciándose tanto de su familia y sería, solo una de las muchas veces que lo haría a lo largo de su intensa vida.
El directo a la Costa Azul…
A la primer licencia que accedió en su nuevo trabajo, decidió visitar a un tío -hermano de su padre-, que residía con su familia en Francia, y así disfrutar de unas vacaciones junto a sus primos en la costa azul. El tren que tomaría en Parma y la llevaría hasta Génova solo sería una escala del largo viaje que finalizaría luego de tomar un segundo ferrocarril directo, con destino a Francia haciendo la Costa Azul y dejando atrás San Remo y Ventimiglia. Su tía y sus cuatro primos, la esperarían ansiosos para disfrutar de largos días de improvisadas excursiones y playa, y que al final le resultarían difícil de olvidar. Todo hubiera pasado sin mayores inconvenientes, pero el destino quiso una vez más, ponerla a prueba y en lugar de tomarse el tren correcto al llegar a la estación de Génova, un ferrocarril atrasado confundió a la joven quien lo tomó sin mayores sospechas. Y aunque tendría el mismo destino, como es obvio llegaría unas horas antes de la prevista a Marsella. Con tan solo unos francos que había ganado como propina en el hotel y sin ver a su tío esperándola en la estación, se sentó sobre su maleta a dejar el tiempo pasar hasta que se hiciera la hora de su supuesta llegada. Laura pensaba cambiar en Ventimiglia su dinero a la moneda local, pero el tren que tomó no se detuvo allí. Su tío finalmente llegó, la buscó en la sala de espera del tren directo y entre la gente que llegó en el ferrocarril pero no la encontró. Supuso entonces que algo había surgido para que el viaje no se realizara como estaba previsto, y regresó a su casa pensando en escribir a su sobrina. Mientras tanto en la noche, Laura se vio sola a la una de la mañana en plena estación de Marsella. En verdad era una joven bonita y no resultaba extraño que las personas que pasaran por allí le dijeran cosas, algunas no del todo agradables. Por lo tanto la chica hizo una vez más, uso de su madura autonomía y decidió dirigirse hacia una serie de hoteles de los cuales optó por uno suizo. Preguntó el precio de habitaciones y se decidió por el más económico para pasar la noche, sabía con cuanto contaba en su bolsillo. Se quedó en una habitación donde la humedad se hacía dueña de las paredes y en la que los duros almohadones hicieron de su sueño algo imposible de conciliar. Se hizo de día y decidió obviar por causas monetarias tomar el desayuno. Tomó su equipaje y preguntó en la recepción a qué hora abrían los bancos, pero la respuesta no fue satisfactoria, no podía esperar tanto, no había teléfono y nadie sabía de ella, entonces paró un taxi y con la mejor cara de convicción que una adolescente puede poner, le preguntó al chofer cuanto le salía ir hasta Carib. Su tío le había descrito el camino a casa, diciéndole que siempre costeara el mar, fue por esta razón que cuando el taxi se adentró en un camino que cruzaba un bosque, Laura sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo. Se armó de valía, le palmeó la espalda al taxista y le dijo -con una seriedad que no hacía más que ocultar el pavor del momento- que esa no era la ruta, a lo que el hombre se sonrió y le vociferó en francés que era un atajo -Laura alcanzó a entender- al parecer la experiencia adquirida en el hotel le había sido de gran ayuda-, entonces, no hubo otra opción para ella que esperar que fuera verdad. Unos minutos más tarde, para su alivio, el mar y el horizonte azul se abrieron paso entre el tupido bosque. Llegaron finalmente a la casa de su tío, quien sin dejar de sentir asombro por el episodio, pagó el taxi. Fue así, como Laura comenzó a vivir los días que con el tiempo ocuparían un lugar privilegiado en su memoria.
Sus primos que prácticamente se habían criado bajo el agua y eran como peces, la llevaron a pescar al mar en un pequeño barco propiedad de la familia. Laura decidió hacer uso de sus dos piezas rojo. Ese día regresarían tarde en la noche, y al entrar en la casa un gritillo ahogado de su tía no sería más que prologo del dolor que padecía Laura en los próximos 8 días. El traje de baño y la piel de la joven eran de un solo color, el sol, se había encargado de eso durante las horas que disfrutaron en el mar. Laura pasó esos días en el fuego. Su tía en las noches se levantaba para prepararle con miel, aceite de oliva y yema de huevo un anestesiante a las quemaduras. Cuando pudo al fin salir del infierno, no dudó en dejarse guiar ahora por sus primas, quienes la llevaron a conocer los bailes que tenían lugar en la costa, e incluso tuvo oportunidad de conocer Isla Margarita -localizada cerca de Cannes-, donde según registros preservados de la Bastilla estuvo prisionero durante décadas el legendario hombre de la máscara de hierro. En esos días Laura fue feliz. Feliz como sería muchas veces intermitentemente en su azorada vida. El día en que la llamaron desde Suiza finalizando su licencia, se le cortaron a los 15 días sus vacaciones de ensueño.
Los rosales del “Waaldstätterhof” y la sala de la estación en Lenzerheide…
En los siguientes años adquirió experiencia trabajando hoteles de familia así como en otros diferentes hoteles suizos de lujo. Entre otros, trabajó en Brunnen 5 años en el “Hotel Waldstätterhof”. Tenía libre los domingos, pero los aprovechaba para recorrer la terraza que el hotel tenía sobre el Lago Luzem, vendía masa a la gente que descansaba en las tardes entre los rosales, a lo largo de los enormes jardines y hacía uso de su buena presencia y mejores modales, vistiendo un delantal en broderie sobre un delicado vestido negro, ganando dinero extra, así como en las noches de grandes banquetes, oficiaba de moza.
Otro de los hoteles en donde pudo trabajar fue en el hotel de invierno “Grand Hotel Hurhaus”, ubicado Lenzerheide, un lugar turístico de esquí en donde la nieve alcanza dos metros de altura y hace realmente mucho frío, al punto de faltarle a uno el aire -la temperatura alcanzaba los 16 grados bajo cero- y realmente, se hacía para ella difícil respirar. Aun así, el lugar lo valía, el lago se congelaba, la gente aprovechaba a patinar, y todo se enmarcaba en un paisaje de montañas de picos nevados. Laura llegó al hotel cuando este solo contaba con un cocinero, una secretaria y un cantinero; trabajó en el cambio, es decir cuando los demás empleados tenían libre, principalmente en el bar del hotel, donde se encargaba del café. Se dice que en Suiza toman mucho café y comen en cantidad chocolate. Es cierto. Cuando el sol bajaba y se hacía insoportable el frío todos se reunían en el bar del hotel a tomar algo caliente mientras la música ambientaba el cálido ambiente. Las noches se dejaban invadir por los bailes que finalizaban una helada y corta jornada de luz. En los días libres del personal, usualmente la estación del tren –la sala de espera de primera y segunda clase con calefacción-, era el lugar elegido para reunirse y compartir las frías tardes. Pero no todo era agradable, eran inmigrantes y como tales discriminados. Al igual que los suizos ganaban tres veces más por el mismo trabajo que hacían los extranjeros, también preferían esperar afuera el ferrocarril, antes que compartir la sala de espera.