En unas de las tantas charlas que mantuvimos con Laura nos entrega este material que guardamos por mucho tiempo, hoy creemos que es momento de compartirlo con ustedes, nuestros lectores.
Este trabajo fue realizado por María Jesús Risso Martínez en marzo del 2007 en el marco del Día Internacional de la Mujer por @mujer y Ediciones Santillana para el Concurso “Historias de Mujeres con Hormonas”.
CONTINUACIÓN DE 1ERA ENTREGA, PUBLICADA LA EDICIÓN PASADA (Nº1107)
La elegida…
Cuando perdía el trabajo por necesidad de ausentarse -a causa de la enfermedad de alguien en su casa-, Laura no demoraba en conseguir otro por sus buenas referencias y la ayuda de sus patrones de los que con el tiempo supo ganarse su confianza. La dueña de un negocio cercano a uno de sus trabajos, quien tenía tres hijas mujeres estudiantes de Italiano, un día le solicitó a la dueña del hotel, referencias de alguno de sus empleados italianos para que sus hijas pudieran practicar el idioma. La anciana patrona de Laura, quien siempre simpatizó con la joven, decidió que fuera ella de entre la centena de empleados italianos, la elegida. Por lo tanto, todas las noches luego de terminar el trabajo, el coche de la adinerada familia la esperaba en la puerta del hotel para llevarla hasta la casa donde las jóvenes vivían. Le hacían regalos maravillosos: en pascua le obsequiaban una caja con una gran figura de chocolate así como chocolatines de todo tipo. Cada vez que la joven volvía a casa de su familia lo hacía con media maleta llena de chocolate para sus hermanos.
Cuando Laura decidió venir a Uruguay lo hizo como tantas otras cosas en su vida, sola. En esos años ya eran novios con José. Giuseppe Fagioli Mazzini, trabajaba con máquinas de trillar trigo no muy lejos de donde la joven vivía en Italia. Él fue quien vino a América primero, en busca de un futuro más prometedor del que tenía en su país. Se instaló en Argentina, pero la plata que había logrado ahorrar en Europa y vendiendo sus herramientas de trabajo para emprender algún negocio aquí, se le acabó en el difícil período peronista argentino. Fue así que el destino y el orgullo que le impedían regresar a su país, lo empujaron a cruzar el Río de la Plata hacia Uruguay e instalarse aquí. Laura se encontraba en Suiza y Giuseppe envió con su hermano la petición al padre de la joven para autorizar el casamiento por poder entre ellos. A Laura no le gustó la idea de casarse y vivir a un océano de distancia de su amor y fue así que pidió permiso a su familia de cruzar el Atlántico para vivir con su futuro marido.
Habló con su madre tranquilizándola y argumentando que no era problema del viaje, había viajado sola, ya más veces que cualquiera otra persona de su edad, había también trabajado con hombres como compañeros en las tareas de los hoteles, quienes al verla tan decidida en su trabajo para sacar adelante a su familia, siempre la protegieron de que nada malo le pasara. Preocupándose por ella, acostumbraban cuando se solicitaba servicio a la habitación, separar la comida de los huéspedes no tocaban y dejaban en el fondo del carrito de servicio –envuelta en las finas servilletas bordadas de hilo con las iníciales del hotel-, junto a donde se guardaban los objetos perdidos, o llaves olvidadas de las personas que se hospedaban allí.
A la joven nunca le dio pereza trabajar y siempre se supo manejar independientemente de su familia. La plata de sus sueldos era enviada en su totalidad a su casa en Scurano para que a su familia no le faltara nada. El segundo radio del pueblo, lo compró ella para su padre. El aparato se sentía de todo el pueblo y siempre estaba disponible para usarse en las fiestas de la colectividad. Incluso llegó a adquirir valor con el tiempo siendo solicitado por la iglesia del Papa, en Roma para una fiesta en la que se le puso en exposición. El día en el que un temporal terrible tuvo lugar en el pueblo, su casa terminó destruida y la joven decidió entonces, irse a Suiza y no regresar hasta contar con la plata para arreglar todos los daños sufridos. Llegó a vender a mitad de precio, los ticket de cine que le obsequiaban. Hasta que finalmente tuvo éxito y logró no solo reparar lo destruido sino levantar un piso más su casa y colocar techo de tejas.
El tiempo en el Atlántico en primera clase…
En navidad, su madre recibía un cheque de parte del patrón genovés de Laura. El siempre fue muy bueno con ella. Años luego de dejar el trabajo y el día antes de embarcarse para Montevideo en el puerto de la misma Génova, la joven decidió ir a visitarlo. Después de embarcar el equipaje al barco y con una pequeña valija de mano, caminó hasta su casa. Él le recibió emocionado, y amable como siempre le dejó dormir allí. A la mañana la llevó al puerto con una carta de recomendación para el capitán del barco. Esta, tuvo su efecto ni bien Laura abordó la nave: le dieron una cucheta que tan solo compartía con cuatro personas más -lo que era un lujo ya que comúnmente se compartían cuchetas de 10 o hasta 20 personas-, estaba ubicada a un lado de la ventanilla y se le dio un permiso para que de segunda clase pudiera acceder a primera, si bien no a comer ni dormir, si a pasar el día allí, haciendo uso de las instalaciones y disfrutando de las destacables fiestas. Laura iba todas las mañanas a Misa, entonces el capellán del barco le solicitó ser la madrina de confirmación de una niña, que junto a su madre se dirigían a las afueras de Buenos Aires. No hablaban más que el dialecto ya que eran del sur de Italia, y de Laura tan solo se llevaron el recuerdo y una foto que la joven le dio para que conservaran. Se podría decir que disfrutó del viaje, el barco era grande y como de día hacia uso de la cubierta de primera clase y en las noches de los bailes que allí tenían lugar, el tiempo en el mar, se le pasó bastante rápido.
La vida en el Uruguay: 4 Km y 20 centésimos…
Corrían 18 días del mes de julio del año 1953 cuando al fin llegó a Uruguay, una nueva vida comenzaba para Laura, pero esa nueva experiencia, como todas las cosas que le tocó vivir a la joven venía acompañada de una cuota importante de esfuerzo. Giuseppe era propietario de una pensión en Montevideo junto a otro inmigrante italiano casado con una uruguaya, pero a la primer oportunidad de ir a trabajar al campo, no lo dudó y aceptó trabajar en la quinta de un italiano en Juanicó (pequeña zona rural en Canelones). Esto implicaba que debía salir a las 4 de la mañana para tomar el tren y luego caminar 4 Km hasta la finca, llegando a su casa a las nueve de la noche a las pocas horas de comenzar otra jornada de trabajo. Pero lo hacía feliz y para José, el esfuerzo lo valía. Entonces así vivieron un tiempo.
Finalmente lograron alquilar en Montevideo un apartamento en la calle Yaro entre Constituyente y Tristán Narvaja al segundo piso, pero lo compartían conviviendo con dos chicas de la pensión, una que estudiaba en la facultad y la otra que trabajaba de mocita en la tienda La Madrileña, con eso Laura pagaba el alquiler, el agua y la luz. Y así como lo había hecho en Italia y Suiza, también en Uruguay trabajó en distintos lugares y desempeñándose en diferentes trabajos. Trabajó sobre la peletería Metro en Montevideo, para unos médicos alemanes, limpiando las impresionantes instalaciones de sus consultorios, la imponente escalera de mármol, las impecables salas de espera; se encargaba de la limpieza, hacía pasar a los pacientes, lavaba, entre otras tareas de servicio. Estuvo allí medio año, ahorrándose los 20 centésimos del ómnibus y volviendo a pie a la noche hasta su casa. Allí le pagaban mejor por los quehaceres; cocinar para la noche y planchar de tarde. La dueña de la casa quedó muy complacida por la eficiencia de la joven, y la recomendó con todas sus amigas de alcurnia.
Las casas de lujo con las escaleras de mármol, el marfil en todos lados, las finas baldosas que resplandecían por los rayos de sol que dejaban filtrar las claraboyas, la vajilla de plata y otras riquezas, que le eran confiadas a la joven mientras los patrones se iban al balneario puntaesteño de veraneo, no hacían más que dejar entrever las contradicciones características de la vida de muchos inmigrantes. Y más aún, las contradicciones originales de la vida de Laura, quien siempre estuvo rodeada de lujos y riquezas ajenas y aun así vivió las desdichas y recompensas de alguien que lucha para salir adelante contra todos los obstáculos que la vida y las fronteras pueden ofrecer.
Cuando nació su primer hijo, Alejandro –tendrían dos y al segundo lo llamarían Angelo-, Giuseppe y Laura decidieron mudarse a Progreso. Desde ese momento trabajaron sin hacer receso alguno, por 15 años. Ya en el campo, tampoco fue fácil. José se iba de madrugada al mercado, dejando a Laura sola en la casa. La joven madre no dormía tranquila por miedo a gente ajena a la granja que se pudiera acercar a la casa con malas intenciones. Esos tiempos en verano, fueron noches de sacrificio al dormir sobre un toallón en el suelo, con una almohada y con la promesa de alerta al instinto a flor de piel. La primera vez que volvieron a Italia, ella no olvidaría esas noches y se compraría un revolver pequeño, que pondría -para su tranquilidad- bajo la almohada.
Las rejas, recién vinieron al tiempo que en los alrededores, se hizo más difícil proteger la propiedad privada de los amigos de lo ajeno.
El triunfo del Gigante…
La real odisea tuvo lugar con el emprendimiento para construir la escuela rural de la zona. Previamente existía un ómnibus que un vecino de la zona -conocido como el “Nene Pérez”-, había hecho para llevar y recoger a los niños de la escuela del pueblo, pero con el tiempo se averió y la alternativa de usar en turnos camiones de los vecinos de las chacras, no ofrecía garantías necesarias para la integridad física de los pequeños, entonces los Panizza, los Carrosio, los Dodera -quienes cedieron el terreno-, las esposas, Laura y su marido, junto a otras familias con posibilidades de colaborar y hacer posible la escuela rural, no dudaron en hacer el emprendimiento, una realidad. Lo que más se resistió a la lucha fue en hacer llegar la luz eléctrica al camino “El Gigante”. Fueron infinidad de cartas rechazadas ininterrumpidamente a lo largo de 10 años, hasta que un día llegó una carta diferente. Con la compra de materiales a cargo de los vecinos y la mano de obra a cargo de la empresa estatal se finalizó el trámite.
Ese atardecer entonces, José corrió a llamar a Laura, la colocó frente al camino adornado para la ocasión con guirnaldas de colores y finalmente por primera vez en la historia, la zona se iluminó artificialmente.
Como si fuera una alucinación la gente presente se quedó allí, admirando la escena por un largo rato, los gestos de asombro y alegría competían con la de la expresión de triunfo y emoción de los que habían luchado durante una década para hacer posible la hazaña. La fiesta de inauguración juntó más de 100 personas que se vieron beneficiadas por el fenómeno. Laura fue la única que se enfermó de la emoción.
Laura y José tuvieron desde 1968 la oportunidad de viajar por el mundo, una vez que su vida se estabilizó, sus hijos crecieron y la granja prosperó. Pudieron disfrutar juntos de viajar por temporadas a través de diferentes países; Brasil, Argentina, Francia, -regresaron a la bella Italia y Suiza-, España, Portugal, Islas Canarias.
Esa costumbre de guardar las memorias…
Laura hace ya algunos años que no tiene más a Giussepe a su lado, tampoco vive más en la granja. Sin embargo, reside en una linda casa en Progreso, el lugar que José eligió para trabajar la tierra y vivir con su familia, donde luchó para salir adelante y construir un destino digno junto y para su esposa e hijos.
Sigue siendo coqueta y gusta de compartir su vida con quien quiera escucharla.
Laura ya tiene cinco nietos y todos los años en el verano mediterráneo regresa a Italia a visitar a sus hermanos -quizás por todo el frío que pasó en su juventud es que se puede decir que Laura no vive más inviernos-.
Hoy día no gusta de ver películas de guerra, piensa que la guerra no tiene justificación, sabe que no tiene sentido.
Ella aún hace la pasta casera como en los viejos tiempos y tiene la costumbre de guardar las memorias importantes en una avejentada caja que alguna vez supo ser de chocolates suizos, en el altillo de su casa.
Memorias como lo son los viejos pasaportes europeos sellados de ingresos y salidas de Italia, Suiza, Francia. Testigos de una vida. Conserva el vestido negro y el delantal de broderie que usaba en las tardes dominicales en el lujoso “Hotel Waldstätterhof” sobre el Lago Luzern, en Brunnen. Conserva allí también los amarillentos folletos turísticos de los hoteles en los que trabajó en Suiza. Tiene retratos suyos de joven, junto a los que se encuentra una foto tomada en el bar del “Grand Hotel Kurhaus”, ubicado Lenzerheide, que inmortaliza un grupo de mujeres italianas con sus caras tiznadas detrás de un mostrador, junto a un barman y un “pasacaminos” -que es como les llaman a los deshollinadores, quienes al último día del año tiznan cuanta persona se les cruce por delante, ya que en Suiza son considerados de suerte-.
Laura luchó por muchas causas, en varias de ellas quedó sola, pero lejos de desistir siguió adelante. Esto le ha valido varios reconocimientos, entre ellos, al “empeño civil y social, caridad humana y perseverencia” otorgado por la región Italiana de Emilia Romagna, tiene una plaqueta honoraria en un club de apoyo social uruguayo, donde se puede leer “reconocimiento al desinterés y a su invaluable espíritu colaborador”, así como su carácter también le valió años atrás una Bendición Apostólica de su Santidad Juan Pablo Segundo.
En su añeja caja se puede encontrar además, una revista editada en una región italiana sobre inmigrantes, se ve publicada en su interior la foto que la joven se sacó ese fin de año con el deshollinador y sus tiznados compañeros de trabajo, y junto a la imagen una carta de la propia Laura –donde se llega a leer que “…hay demasiados jóvenes hoy día que desconocen que los inmigrantes ayudaron a levantar la Italia destruida por la guerra…”.
No basta con observarla o conversar con ella. Su porte, su acento fuertemente vinculante con la bella Italia, su mirada, no evidencia que tras existe una gran e intensísima experiencia de vida -de aquellas que hacen que las personas se estremezcan de emoción-, llena de sentimientos, episodios de tensión, aventuras, desencuentros, batallas ganadas y otras quizás más sufridas, gratificaciones, sacrificios, felicidad.
No se hace difícil reconocer en sus recuerdos e historias, las memorias de una mujer de sustancial coraje… ya que todos tenemos en nuestra familia una mujer con hormonas.
Seudónimo: Marchiali